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Los límites del mundo de Michelle y Julia

por Alfredo Carrasquillo

Julia Keleher y Michelle Hernández – La Isla Oeste

martes, 13 de marzo de 2018

Confieso que fui de los que miré con cierta simpatía los nombramientos de Michelle Hernández y Julia Keleher a dos de las más importantes posiciones del Gobierno de Puerto Rico. En la percepción de personas que respeto, ambas tenían a su haber logros importantes y eran mujeres trabajadoras y dispuestas a impulsar cambios notables en agencias que lo pedían, y lo piden, a gritos. Más aun, ambas enfrentaban el reto de hacerlo en condiciones de extranjería poco generosas: una como mujer en un mundo desbordado de testosterona y otra como estadounidense en un mundo de educadores boricuas con malos recuerdos de aquellos comisionados de educación norteamericanos llegados a la Isla luego de la invasión de Miles y compañía.

Podría enumerar algunos de los desaciertos de la superintendente de la Policía, mientras duró su corto mandato, pero no me interesa hacerlo. La lista de torpezas de la secretaria de Educación, que tampoco voy a esbozar, es indudablemente más extensa y no solo porque sigue luchando por perseverar en su puesto. Hernández, al menos públicamente, se proyectaba más pausada; Keleher es un tanto incontinente con todo y que su limitado dominio del español le pone algún límite a su velocidad verbal. La no verbal, a decir verdad, anda un tanto galopante.

Lo que sí me interesa abordar es lo que estimo es un problema que las hermana: ambas dan cuenta de un dominio casi libresco de la planificación por objetivos y de algunos de los modelos modernos de gestión organizacional. Ambas, en sus entrevistas con diversos medios de comunicación, hicieron alarde de su conocimiento e intención de gerenciar las organizaciones que les encomendaron partiendo de la articulación de planes, la identificación de métricas y la fijación de objetivos para organizar a sus respectivas tropas para la gestión del cambio.

Pero ambas se revelaron ingenuamente convencidas del poder de la planificación racional. Si tenemos los planes, hemos fijado las metas y precisado los objetivos, la implementación debe fluir sin contratiempos y las tropas, cuál si fueran máquinas o computadoras, van a operar y ejecutar conforme a los comandos estratégicos. Pero lo cierto del caso es que ni en la milicia, uno de los ambientes con más variables controladas y reguladas, las cosas resultan tan sencillas.

La planificación racional choca de cabeza, con varias y pesadas variables que le han hecho a ambas la vida de cuadritos. Para empezar, que, si en la existencia de todo ser humano hay toda una dimensión inconsciente y pulsional operando y que escapa a la racionalidad, imagine usted cómo será el mambo en las organizaciones, complejos espacios de interacciones dinámicas y confusas entre grupos y personas. Si a eso le añadimos que las organizaciones, como las sociedades, tienen sus culturas, y que estas informan y condicionan los hábitos y los comportamientos en ellas, pues los procesos de cambio requieren muchísimo más que buenos planes, métricas rigurosas y objetivos medibles. Y, además, y soy consciente que apenas menciono tres elementos de muchos más que desbordan los límites precarios de la racionalidad planificadora, el Departamento de Educación y la Policía de Puerto Rico son, como todas las instrumentalidades públicas de relevancia, espacios de resistencia y lucha hegemónica entre grupos políticos no siempre bien intencionados.

Los nuestros son tiempos que requieren de mucha inteligencia emocional e inteligencia política para la gestión efectiva de equipos y personas. El liderazgo hoy debe reconocer la importancia de crear espacios conversacionales orientados a la concertación entre sectores en pugna o cuando menos diversos. El liderazgo, si aspira a ser efectivo, tiene que ser compartido. Y al abrirse a socializar el poder y ser menos directivos, los líderes y las lideresas convocan a los demás a compartir igualmente las responsabilidades y abonan al compromiso, tan necesario para que las cosas marchen, y lo que es aún más complejo, cambien. La ruta de la soberbia y lo que es peor, la intimidación, va a contrapelo de lo que en nuestros tiempos despierta la pasión de la gente, a saber, la inspiración de ser parte de un proyecto que ha sido construido colectivamente. 

Pero la inteligencia política, el compromiso, la inteligencia emocional, el liderazgo efectivo, el diálogo, la concertación, el cambio cultural, la inspiración y la pasión, no son asuntos principalmente del orden de la racionalidad. No dudo de las buenas intenciones de ambas funcionarias. Pero los límites de su mundo racional y la ilusión planificadora han puesto, al menos hasta ahora, trabas insalvables a sus intentos de ejercer un liderazgo transformador y exitoso.

Fuente: El Nuevo Día https://www.elnuevodia.com/opinion/punto-de-vista/los-limites-del-mundo-de-michelle-y-julia/