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La valentía de dejar ir
por Alfredo Carrasquillo
En tiempos en que conviven hasta cinco generaciones en las empresas y en los que emergen nuevas tecnologías a un ritmo asombroso, la comunicación e integración intergeneracional deviene un inmenso desafío para muchos equipos y organizaciones. También somos testigos de la aparición del edadismo, ese prejuicio que activa prácticas discriminatorias por razones de edad, particularmente notable hacia aquellos que pintan más canas.
Si bien es imprescindible generar conversaciones sobre el valor y los riesgos de retener talento sénior en las organizaciones, no es menos importante dialogar abiertamente y sin temor sobre la necesidad de ser valientes, honestos y desprendidos cuando nos llega el momento de hacernos a un lado y dar paso a nuestros sucesores.
Es por eso por lo que muchas organizaciones han integrado la práctica de identificación temprana de cartas de reemplazo. Se trata de jóvenes talentosos y con un evidente potencial de crecimiento, a quienes se les ofrecen oportunidades de capacitación y desarrollo y se les prepara así para ser los sucesores de quienes ocupan las principales posiciones de alta dirección en la empresa. Cuando esto se estructura de manera planificada y rigurosa, se cierran las brechas entre predecesores y posibles sucesores, cuidando así tanto la continuidad como la renovación del liderato organizacional.
Pero hay culturas y líderes con una proclividad notable a resistir la preparación y ejecución de estos procesos sucesorios. Las empresas de familia y los partidos políticos son dos escenarios en los que con frecuencia se registra esa dificultad para mostrar la sabiduría y tener la valentía de retirarse en el momento preciso.
Para muchos fundadores de empresas de familia, particularmente integrantes de esa generación del baby boom que hoy se acerca a su edad de retiro y quienes vivieron únicamente para trabajar, identificar, formar y sobre todo dar paso a una nueva generación es un proceso humano profundamente complejo. Les obliga a reconocer la finitud, abrirse a una nueva etapa del ciclo de vida para la que muchas veces no se prepararon y reinventar su cotidianidad dejando a un lado el principal proyecto generador de sentido para su existencia. Es también un momento crítico que les exige confiar en sus relevos y poner en manos de otros -familiares o no- el cuidado y crecimiento de su legado.
En el campo de la política, particularmente en tiempos tan mediáticos, la embriaguez constante que genera la gestión pública, con sus rituales y privilegios, hace que cueste mucho renunciar a esa sobreestimulación del ego y dar paso a esa dolorosa e inevitable muerte simbólica que supone la pérdida de cámaras, portadas y seguidores en las redes. Y como brillantemente supo plantearlo hace unos días Adam Grant, en las páginas de opinión del New York Times, los más cercanos colaboradores y los familiares de los políticos, son los peores enemigos de la reflexión sensata y necesaria que todo líder debe hacer cuando, como le ocurre al presidente Biden en este momento, es imprescindible y no menos doloroso aceptar, que debe renunciar a sus aspiraciones a seguir gobernando.
He aquí la paradoja que todo líder debe enfrentar: elegir la valentía de dejar ir para proteger y ser recordado por un legado valioso, o bien insistir en permanecer y hacer que esa terquedad impulse peligrosamente la destrucción de ese legado y resignifique tristemente la narrativa de sus aportaciones al mundo. Ojalá que el líder demócrata escoja lo primero.
Fuente: LinkedIn https://www.linkedin.com/pulse/la-valent%25C3%25ADa-de-dejar-ir-alfredo-carrasquillo-kuxfe/?trackingId=OQvIFPIXQgKMlYyWMc9Sjw%3D%3D