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El desafío de liderarnos a nosotros mismos en medio de la tormenta

por Alfredo Carrasquillo

En medio del caos generado por una guerra arancelaria impulsada por el presidente Trump, drásticos recortes al gasto público en el gobierno federal de Estados Unidos y medidas que alteran profundamente las relaciones con países aliados, despertamos cada día con la incertidumbre de qué nueva complicación surgirá y cuáles serán sus consecuencias.

Cuando observamos el desempeño de nuestras inversiones, el impacto de estas disrupciones en el valor de las acciones, el comportamiento de las economías y los cambios en los patrones de consumo, es natural que surja la inquietud. Para quienes ejercen roles de liderazgo, esa inquietud puede convertirse, comprensiblemente, en angustia.

El desafío es que, como líderes, tenemos la responsabilidad de gestionar ese malestar de forma prudente y discreta; de llevar, como solemos decir, la procesión por dentro. En tiempos turbulentos, quien lidera se asemeja a un asistente de vuelo durante una fuerte turbulencia: su serenidad —o la ausencia de ella— influye profundamente en el estado de ánimo de quienes están bajo su cuidado.

Por eso, en cualquier escenario —y especialmente en contextos de alta incertidumbre y volatilidad como el actual—, el dominio de uno mismo se convierte en uno de los mayores retos del liderazgo. Las emociones con las que elegimos enfrentar los desafíos, y lo que de ellas decidimos compartir con nuestros equipos, impactan directamente en la capacidad colectiva para atravesar la tormenta.

Para algunos, escoger cómo sentirse puede parecer imposible, y lo es si respondemos desde nuestro cerebro reptiliano, que activa respuestas defensivas automáticas. Sin embargo, si optamos por ese pequeño, pero poderoso espacio de libertad que nos permite ajustar nuestra mirada, interrogar nuestros pensamientos y reflexionar sobre las emociones que elegimos poner en juego, abrimos una ventana significativa de liderazgo personal. Desde ahí, tomamos decisiones que fortalecen la salud emocional y la capacidad de gestión de nuestros equipos.

Por el contrario, si reaccionamos de forma impulsiva, dejando que emociones desbordadas nos gobiernen, corremos el riesgo de sumir a la organización en un ambiente de miedo y ansiedad. Esto deteriora el bienestar, desgasta el clima organizacional y genera altos costos emocionales y operativos que reducen nuestra efectividad en momentos críticos.

La autorreflexión y la autorregulación son, por tanto, grandes aliadas del liderazgo. No se trata de reprimir emociones, sino de canalizarlas de forma consciente, estratégica y saludable. Este ejercicio fortalece nuestra presencia ejecutiva, construye legitimidad y confianza, y nos permite inspirar e influir de manera positiva, incluso en medio de las tormentas más intensas.

En un escenario tan complejo, vale la pena preguntarnos: ¿Qué tipo de líder queremos ser? ¿Qué emociones queremos poner al servicio del proyecto y de nuestros equipos? ¿Qué nos impide elegirlo?