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El arte de liderar o el oficio de equilibrista
por Alfredo Carrasquillo

Estoy convencido de que liderar es mucho más que un conjunto de técnicas. Un líder tampoco debe aspirar a guiarse por criterios científicos basados en evidencia. El buen liderazgo, ése que impacta la vida de la gente y que contribuye a su crecimiento, tiene más que ver con la dimensión estética de la vida humana: esa capacidad única que tiene cada uno para desplegar un arte particular en el ejercicio de inspirar y dar dirección a equipos y personas. Liderar es ante todo una tarea de vinculación humana.
Pero, si ese arte aspira a ser efectivo, tiene que cuidarse de la pasión de los extremos, tan exacerbada en estos tiempos. Por ejemplo, alejarse de las exigencias desenfrenadas que colocan a cada talento indefectiblemente del lado del desempeño insuficiente y lo sumen en el infierno del deber (en ese doble sentido de tener que hacer y estar en deuda). Nadie puede estar a la altura de ese tipo de exigencia desproporcionada e injusta. Condena al fracaso y al desaliento.
No obstante, necesita igualmente tomar distancia del otro polo: la trampa de la complacencia que priva al talento del valor de ser emplazado a crecer, a mejorar, a desarrollarse. La cultura del aplauso fácil y la celebración de lo mediocre no le sirve bien al talento ni a las organizaciones. Desinfla el deseo de excelencia y lastima el compromiso con la innovación creativa.
Si el liderazgo busca ser efectivo, tiene que nacer del buen oficio de equilibrista. De prácticas que ni ceden a la complacencia ni se decantan por mandatos imposibles. Cuando los líderes aprenden el valor de la justa medida, desarrollan una habilidad admirable para leer a su gente y detectar cuándo es buen momento para retar y exigir más, y cuándo es la hora de la empatía, la paciencia y la serena ambición. Ni hacerlos sentir permanentemente inadecuados, ni abandonarlos en la comodidad del mínimo esfuerzo que es la vía regia al fracaso.
Mi experiencia trabajando con líderes me confirma una y otra vez que, la capacidad de los directivos para aprender a desplegar con éxito ese oficio de equilibrista, está íntimamente relacionada con sus propios niveles de autoexigencia y lo que han aprendido como la ruta segura para el éxito. Sucede, sin embargo, que la receta que a ellos les funcionó no es efectiva para todos y que el arte de liderar pasa, constantemente, por la ruta de comprender el estilo, la mirada y las fuentes de motivación de la gente con la que trabajamos. Es el arte de lo particular. No hay dos talentos iguales ni dos equipos similares. Es únicamente desde ese entendimiento y valoración de la diferencia, que se puede adecuar la forma de liderar para impactar del modo que cada persona necesita y al ritmo que cada equipo lo requiere.
Aprender el oficio de equilibrista es comprender el valor de la moderación y la sabiduría que hace posible el ejercicio de la empatía no paternalista en esa importante tarea de acompañar, inspirar, dar dirección, sostener y desarrollar equipos y personas.